Hoy, ocho días después de asumir una nueva administración demócrata en los Estados Unidos, ha declarado que revisará las sanciones de Washington hacia La Habana, como parte de la nueva política anunciada por Joe Biden, y que pretende continuar con el deshielo iniciado por Barack Obama en 2014, pero interrumpido en los últimos cuatro años.
Jen Psaki, secretaria de prensa de la Casa Blanca dijo que el plan del nuevo gobierno se propone aligerar las políticas del expresidente Donald Trump, quien agudizó significativamente el embargo económico y regresó a Cuba a la lista de países patrocinadores del terrorismo.
“Nuestra nueva política hacia Cuba se regirá por dos directrices: en el centro estará la defensa de la democracia y los derechos humanos, y en segundo lugar, en el reconocimiento de que los estadounidenses, pero fundamentalmente los cubanoamericanos deben ser los mejores embajadores de la libertad hacia Cuba, de modo que nosotros vamos a revisar las políticas de la Administración Trump”, aseguró Psaki.
Pero, ¿Por dónde comenzará la distensión? Esa es la pregunta que muchos se hacen en este minuto.
Varios analistas consideran que entre los primeros puntos a revertirse estaría las impopulares restricciones para el envío de remesas a la isla, un conjunto de sanciones que conllevó entre otras consecuencias el cierre de las 407 oficinas de Western Union en Cuba.
La medida fue cuestionada por el entonces candidato a la presidencia Joe Biden, quien aseguró que dejaría sin efecto esa política dañina para las familias de las dos orillas.
Pero si de afectación familiar se trata, otro de los grandes escollos por superar es el de la suspensión del grueso fundamental de los trámites consulares de la embajada estadounidense en La Habana, que ha supuesto enormes obstáculos para el programa de reunificación familiar.
Ni qué decir de la prohibición del gobierno de Donald Trump para que las aerolíneas estadounidenses volaran hacia los aeropuertos de las diferentes provincias cubanas, reduciendo drásticamente las operaciones aéreas y concentrándolas solo en la terminal de La Habana.
De momento uno de los principales obstáculos es la reciente inclusión de Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo a escala global, una decisión que no se podrá revertir hasta dentro de varios meses y que imposibilita a Estados Unidos de enrumbarse hacia una normalización con la mayor de las Antillas. Sin embargo, Biden puede dar importantes pasos para suavizar las clavijas impuestas por su predecesor, y que han sido lesivas sobre todo para las familias cubanas.
Por su parte el gobierno de la isla debe aprovechar mucho más, y de manera más proactiva, que durante los días de Obama, cualquier tentativa de acercamiento, sobre todo en momentos en que se encuentra asfixiado económicamente y requiere como nunca antes en la historia reciente de un entendimiento con su vecino del norte.
De cualquier manera, tal y como prometieron Biden y Kamala Harris durante sus días de campaña electoral, estarían revirtiendo buena parte de las medidas impuestas por Donald Trump, por considerarlas obsoletas e inoperantes.
El actual presidente norteamericano indicó hace algunas semanas que Cuba no es más libre ahora que hace cuatro años atrás, y en esa reflexión pudiera estar la clave de cuál será la nueva política hacia la isla: Aquella donde se abandone la confrontación entre los gobiernos y se apueste al acercamiento entre ambos pueblos, como vía para exportar de manera cuasi natural los principios democráticos estadounidenses.