Tras un agudo bache que desde junio afectó la producción de huevos en la Isla de la Juventud, la situación «ha comenzado a mejorar lentamente». Según Frank Páez Martínez, director de la Unidad Empresarial de Base (UEB) Avícola, los niveles productivos han experimentado una recuperación significativa, pasando de un dramático mínimo de 1,000 huevos diarios a 22,000. Sin embargo, esta cifra aún queda muy lejos de los 42,000 huevos que se producían antes de la crisis.
La causa principal del desplome productivo fue la escasez de pienso, un problema agravado por las dificultades para importar los ingredientes necesarios debido al embargo estadounidense. Cuba depende de la importación de materias primas como maíz, trigo y soya para la elaboración de este alimento, y los obstáculos financieros derivados del embargo no han hecho más que encarecer y retrasar su llegada al país.
Páez Martínez explicó que durante el peor momento de la crisis, solo se logró sustentar a las gallinas con el 50% de la dieta necesaria, lo que repercutió de inmediato en la producción de huevos. Este déficit de alimentación se prolongó, generando un impacto profundo y prolongado en la capacidad productiva del territorio.
El panorama comenzó a cambiar cuando finalmente arribó alimento adecuado para las aves. No obstante, la recuperación no ha sido estable: factores climáticos adversos, como fuertes lluvias y vientos, añadieron nuevas complicaciones a la logística de producción y distribución. Aun así, la mejora es palpable, y el objetivo es llegar a los 12 huevos por persona en la canasta familiar, aunque por el momento la distribución sigue limitada a seis huevos quincenales.
La crisis también ha evidenciado la falta de renovación en la masa animal. Se esperaba recibir 162,000 nuevas gallinas para mejorar la producción, pero hasta ahora solo han llegado 20,000. Las aves actuales son más adultas y tienen una productividad limitada, lo que ha forzado a extender su vida útil, algo que no es sostenible en el largo plazo.
Es evidente que la recuperación está en marcha, pero sigue siendo frágil. La dependencia de insumos externos y las dificultades para garantizar la nutrición adecuada de las gallinas ponen en duda la sostenibilidad de esta mejora. Aunque la distribución a organismos prioritarios como Salud Pública y Educación se ha mantenido, la meta de alcanzar los niveles de producción previos todavía parece lejana.